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Semanas atrás compartí aquí que me encontraba escribiendo un epílogo para Maternidad Obrera. No ha sido sencillo, Maternidad Obrera sigue siendo una obra en progreso. Hoy siento la necesidad de retirarme de este pequeño lugar, para respirar y meditar. Nunca me fuera sin antes agradecerles sinceramente y con todo mi corazón a todos quienes leyeron en estos años estos textos y memorias. Para mí, escribir Maternidad Obrera ha sido también recordar, no como retroceso, sí como un válido intento de integrar. Maternidad Obrera ha reunido estas escrituras nacidas en mis diarios. Luego se fueron integrando otras escrituras mientras he maternado en plural.

Nunca olvidaré que mi primer diario de maternidad comenzó una noche sin luz de un viernes de marzo del año 2002 en estado alterado de conciencia bajo el efecto de una droga que buscaba lograr que mi bebé respirara y lograra vivir en caso de nacer prematuramente. Maternidad Obrera comenzó como acompañamiento al desamparo y el miedo ante un embarazo de alto riesgo en el que cada amanecer significó la espera de un parto pretérmino de un segundo al otro. Los apuntes funcionaron como mantras protectores para la madre primeriza de 20 años que fui. Mientras mi hijo se preparaba para respirar si nacía antes, yo me enfrentaba al levantamiento subconsciente más fuerte de mi vida entera hasta hoy: la transparencia psíquica de la matrescencia, el revisitar de los traumas.

En el esbozo anterior de un epílogo, escribí que el comienzo de la vida se había narrado anteriormente como un nadador frenético que siendo el más capaz y rápido lograba internarse en el óvulo. Hoy sabemos que el óvulo no es un cuerpo dócil, que aunque no tiene movimiento propio, se desplaza al encuentro del esperma impulsado por los cilios en las trompas, dejando el rastro imperdible de sus quimioatrayentes. Para mí fue esclarecedor leerlo, como tomar conciencia del momento de mi embarazo, algo que había sido confuso para mí, inexacto.

Casi todas las familias comienzan en el amor, en ese encuentro de dos pieles al desnudo que cubren más que amasijos de órganos y sistemas que nos mantienen vivos en funcionamiento. Mi primera familia, aunque truncada, surgió también en amor, en el encuentro de dos pieles interfaces, dos sistemas recableados por el trauma en el contexto de un gran sistema alienante por defecto. Debajo de esas dos pieles, de esas dos profundidades que chocaron entre sí, dos seres sostenían la batalla intrínseca de mantener a flote las versiones que se crearon para protegerlos; una joven y un joven, a punto de ser -sin saberlo aún, y sin lograr luego serlo juntos- una madre y un padre. Bajo esas pieles sobrevivían los personajes, expertos simuladores de identidades meramente adaptativas orquestadas por los traumas.

Hoy vivo en exilio, y por primera vez en mi vida tuve la oportunidad de hacer un test de adn, revelando la verdad científica de que Gonzalo Alberto Gutiérrez Hernández es el padre biológico de mi primer hijo. Bajo esta verdad científica tuve la triste certeza de la familia que no pudimos vivir en primer lugar. 

La identidad no está en el afuera. No es fija. Cada experiencia nos transforma para bien o para mal. No esperemos volver a ser quienes fuimos, ya no somos esas personas. No debemos enfocarnos en recuperar el antes sino en construir el después. Aprender a vivir con lo que pasó. Casi todo lo que hemos perdido no puede ser reemplazado, pero sí puede ser integrado. La ternura tiene poder sanador. No soy mi historia, soy solo quien la reescribe. No soy mi pasado, ni mi valor reposa en la crítica de otros o en el señalamiento de culpables. Puedo comenzar de nuevo cuantas veces lo desee. Puedo dejar de buscar que todos me entiendan. Son las verdaderas enseñanzas del trauma, la herencia de resiliencia que el trauma me deja hoy.

Una familia se compone de eso que somos, seres sintientes, humanos, que pedimos, recibimos, damos, amamos, dependemos. Somos familia, y esa es, en primera instancia, la base que nos devuelve una identidad. Queda mucho por hacer cuando una familia está en progreso. Una familia sana en refugio y protección, en sostén, sin juicio, en escucha, caminando en acompañamiento a través de los miedos de todos. Cuando una familia intenta reconciliarse o integrarse nos recuerda que no estamos solos en el proceso, y la respuesta es simple: somos familia. 

Entender a la niña víctima me dio valor para reconocer a la mujer sobreviviente. Comprendí que no fueron decisiones, fueron reflejos, espejismos, adaptaciones serpenteantes buscando seguridad. El trauma me enseñó a caminar, a callar, a cuidar de otros en detrimento de mí, a huir, a sentir que yo era el problema, a alejarme, me enseñó a adaptarme, a callarme, a aceptar. El trauma me mostró formas de sobrevivir. El cuerpo se tensa hoy cuando intento ser yo, pero insisto. El cuerpo se tensa hoy cuando intento escribir, pero insisto. 

Gracias a ustedes que me han sostenido. Gracias a todos.

Un abrazo inmenso.

Hamilton, Ontario, Mayo 20, 2025.

 

 

 

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