Si duermo bajo los parámetros de un sueño antiguo podré lactar mejor. Seré más productiva si mis ojos no se vician de amperes. Si mi glándula pineal segrega justas cantidades de melatonina en el momento oportuno. Si me pierdo caminando el bosque de pinealocitos que dará frutos de sueños bajo el solo mandato natural cuando empiecen a cantar los grillos caribeños asesinos de tímpanos. Si no se desordena por el camino la información que llega de la retina.
Las células lactotropas se abren mandalas calostro, calostro, calostro, y al fin… la leche. Todo se desmorona para recomenzar. Con esta mano una cosa; y con la otra, la otra. El jarro, la caza, la presa, la casa. La dentición decidua está escondida desde la sexta semana en el útero, escondidos los incisivos, los caninos, premolares y molares. No se ven pero ahí están.
Si tiene la mano abierta está satisfecho. Si tiene el puño cerrado, tiene hambre. A veces el hambre es ambidextra. Las mamas son interfaces suculentas de pétalos henchidos de inmunoglobulinas. El aguijón de su hambre se posa sobre la flor, un hilo plateado dulce como una aguja de azúcar se dispara y atraviesa todo como addimú sagrado destinado a un dios.
Mi leche aún tibia se va con otras, en brazos de la enfermera de guardia a las arcas del Banco de Leche.
La primera visita llega después del baño, es una amiga de mi madre. Mi madre me obsequia una pequeña paloma de nácar que tiene el contorno en fantasía dorada y tiene un ala rota. Es diminuta, la usó su madre, y la usó ella, la usé yo, y ahora él sobre su camisita de opal. Trajo un ramo de romerillo, malvas, marilopes, escoba amarga, una hoja de malanga y otra de platanillo, flora silvestre de contén. Pone las flores en agua y abre un libro que saca de su cartera y se sumerge en la lectura. Una amiga titiritera vino a vernos y trajo un ser diminuto y mullido para él; en su camisita, bordado en estambre rojo dice “Bienvenido Malku”. Lo ha hecho con retazos de la canastilla de su propio hijo que ya tiene dos años. Es tu primer juguete, un juguete que nació verdaderamente libre.
Caricia, beso, caricia, olisqueo, alternando en dobles flexiones del músculo hipofisiario que yace agotado en la silla turca. Tomo un descanso mientras su iris está perfectamente alineado con mi iris, fijamente encandilados. Me ve en la forma de las nubes estratosféricas polares, me ve madreperla, me ve manchas, me ve solo a mí. Juntos, él y yo, nos dejamos llevar, nos vamos abriendo paso en nuestra propia vía láctea.