Cargando

Diversionistas

Desde las 5 de la tarde en adelante, los días entre semana, yo vivía de cabeza. Llegué a sentirme tan confortable en la postura inversa que me costaba regresar al mundo erguido cada vez. Los vecinos pasaban por la acera y daban una serie de consejos: los riñones se te van a salir por la boca, se te va a licuar el cerebro, te va a dar una embolia, si pasa una mosca no vas a poder ponerte de pie. Una tarde, Adela, la vecina de enfrente, vino hasta donde yo estaba en mi posición favorita porque me vio masticando. Se agachó y puso al revés su cabeza, metió su mano en mi boca sorteando mi lengua y atrapó el chicle. Me arrastró del brazo a mi puerta y fue mi madre quien abrió. Ella extendió su mano con la evidencia estrujada fresa chillona. Pensé que se trataba del peligro, que había sido un acto de protección contra una muerte por asfixia, hasta que escuché sus razones bien argumentadas sobre la desvirtuación de la infancia, distracciones, confusiones, inseguridades, y que ella tenía un detector nato para eso. Mi madre dejó que Adela terminara su intervención y le pidió que nunca más  metiera su mano en mi boca, y sobre todo que viviera y dejara vivir, y más específicamente nos dejara vivir a nosotros. Adela dio la vuelta y se fue todavía hablando sola hasta que salió a la acera.

—¿Tú le dijiste de dónde salió ese chicle?

—No, no… lo juro.


Los chicles, los camaroncitos deshidratados, un perfume añejo, un deshabillé para mi madre, medias con encajito en el tobillo, tenis que tenían que durar pubertad arriba hasta que un dedo rompiera, unos blumitos semanarios decentes peor solo del sábado y el domingo, unos caramelos; llegaban por dos vías: o llegaban de Miami de las tías de mi mamá o se canjeaban a Joana Popova.


Joana era una búlgara con estatus de residente en tierra cubana, ardorosa devota del trópico papel de pared, fondo palmeras y aguas tibias, cocos, mangos, maracas, ritmos cuerpos, de los tapices que cubrían muy bien la pared abofada debajo. El mango es dulce como él solo -decía Joana. Y eso ata cantidad -completaba la frase mamá. Joana vivía en el Náutico, un barrio enigmático medio amurallado y particular, estampado aparte al de Buenavista o Cubanacán, con gran ventaja de tipo condominio solo abierto al litoral, casi de espaldas a todo, con gente siempre risueña vestida de ir a la playa que convivía legalmente con extranjeros que salían del país cada tres meses para mantenerse en su condición de residentes. Mi padre y Joana se conocieron en 1978 en un Festival de la Juventud y los Estudiantes, y 10 años después, ella misma lo introdujo en el mercado negro de falsas delicatessens. Un sábado al mes nos íbamos a su casa, y mientras entre ellos ajustaban posibles precios y finanzas, mi hermana y yo veíamos los canales en su antena parabólica. Mi mamá decía que la antena era una instalación ornamental que simulaba un platillo volador, y que aquella que entraba era una señal accidental que permitía que la televisión internacional entrara al televisor de Joana por esas horas y por estar tan cerca del mar, y otra vez hacía su gesto de punto en boca. Con el dinero extra de las ventas mis padres sacaban para comprarnos algo. Compartiendo escuela con hijos de diplomáticos y otras clases, no se harían notar tanto nuestras graves precariedades -bien disimuladas- producto de una genealogía de obreros y obreras y algunos profesionales de primera generación pésimamente remunerados que trabajaron de igual a igual dejando sus cuerpos en las arcas del Estado. Detrás del decorado la tramoya sostenía la mentira: what do you do for a living?

—Vivimos de nuestro trabajo.

Una vez al mes Joana nos recibía con una exquisita ensalada shopska pero sin queso rallado, ni aceitunas negras ni vinagre de sidra. A veces la versión de una moussaka sin hongos. O bien preparaba un lozovi sarmi, y mi madre entonces se ponía muy contenta porque podía aportar algo: las hojas de parra aunque muy pequeñas que regalaba la uva criolla que subía del patio de la vecina de abajo a nuestro balcón. Conocía bien el recetario de Joana porque mi madre siempre las copiaba al final de nuestras visitas, como si aterrizarlas sobre el papel y pegarlas en la puerta del refrigerador le provocara una satisfacción tan o más grande que poder materializarlas alguna vez. Después de almorzar salíamos juntos a caminar de espaldas al edificio y terminábamos la tarde lanzando piedrecitas a un brazo corto que el río Quibú estiraba en esa zona. Mi hermana y yo saboreábamos alguna golosina que sobrara, siempre compartida, y allí mismo con los pies en el agua entre las malanguetas, sin extasiarme demasiado a mitad de una fantasía cumplida, yo enganchaba con presillas los envoltorios aún pegajosos y olorosos junto a otros casi transparentes de los años anteriores.

En noviembre de 1992, a pocas semanas de las primeras transmisiones de Cartoon Network, Joana se vio obligada a deshacerse de la parabólica, y una semana después se vio obligada a dejar el país. Ese último sábado, de mucho frío, nos tomamos una foto los cinco en su balcón. En esta última imagen de nuestros encuentros, mi madre, mi padre y ella sostienen una pequeña copa de su Rakia de albaricoques.

—Para el descanso pacífico del alma —dijo Joana y derramó un chorrito al suelo, y se le fue una lágrima, y luego muchas cuando mi madre la abrazó y mi padre las abrazó a las dos y a nosotras.

La despedida coincidió con la última vez que vi al tío Millo, que entró a la cocina un domingo muy temprano de ese diciembre y tiró sobre la mesa un saco enorme que rajó con un cuchillo. De dentro asomó un tiburón Mayra muerto con fijos ojos blancos y dientes que giraban.

—La masa sabe a orine, hay que ponerle bastante mantequilla y limón o dedicarle una cerveza entera.

—Funcionará un poco de la Rakia —dijo mi madre y dejó caer un chorrito sobre la masa blanca y limpia del condrictio —para el descanso pacífico del alma.

En enero, Joana mandó una carta junto a la foto impresa:

Estoy bien, extraño mucho la isla pero se me hace insostenible seguir aferrada a algo que no me pertenece, ni siquiera les pertenece a ustedes que allí nacieron y eso me produce una tristeza incurable. La misma tristeza que me produce no verlos y la incertidumbre de no saber cuando será que volvamos a encontrarnos. Felices fiestas, sean las que sean que se puedan celebrar.


A los pocos meses recibimos también carta del tío Millo, y dentro un billete de 100 dólares americanos envuelto en una hoja de revista, y una polaroid suya parado delante de un carro que no era de él.

Miami, 24 de marzo de1993 Querida Titi:

Pido a Dios que cuando reciban esta todos se encuentren bien.
 Nos dio mucha alegría tu llamada aunque yo no pude hablar, ya iba saliendo para el trabajo. Dos días después de tu llamada llegó la carta. Agüi está muy contenta porque Pancho te pudo entregar todo lo que llevaba para ustedes y que a cada uno le sirvió lo que se le mandó. Por aquí todos estamos bien gracias a Dios, luchando con Cristóbal que está grandísimo y acabando con la quinta y con los mangos. Hace tres semanas lo tuvimos malito con el flu que le ha caído a todo Miami estos días; pero a Dios gracias ya está bien. A todos nos tiene puesto un nombre, se defiende de lo más bien, sobre todo cuando pide su papa. Al abuelo ya tú sabes, lo tiene en un puño, hace de él lo que quiere, debe ser porque ese viejo nunca tuvo un varón, porque a ustedes nunca les aguantó malcriadeces. ¿Verdad?

Agüi está asistiendo a un centro donde se reúnen las personas mayores, es en la iglesia de San Juan Bosco. Allí va dos o tres veces por semana y tienen actos, excursiones, juegan bingo, hacen rosario y les dan almuerzo; ella va para distraerse, así no se queda sola en la casa y no extraña tanto Marianao.

Te envío una foto de la virgen que está haciendo aparición en Yugoslavia, no sé si habrán escuchado algo de eso por allá. Cuatro muchachos en Yugoslavia ven a la virgen en la montaña y cuando están en misa, ella les habla y les dice que ella es la reina de la paz y que recen muchos rosarios y pidan por la paz del mundo. Y tú sabes lo que yo pido, ay Titi, lo que yo pido es que vengan todos para acá. De aquí van allá mucho, incluso Delia la vecina de nosotros fue este año a ver a la virgen. Esta foto la sacó una señora que trabaja con María, ella iba en el ómnibus y pasaron por la montaña y y el guía de turismo les dijo que tiraran fotos que en algunas ocasiones se puede captar la virgen. Ella tiró 12 fotos y solo en una salió la imagen que ves.


Jonile les manda cariños, siempre se acuerda de ustedes y de tía Gloria. Cariños para todos, en especial a los niños y a los viejos lindos de la familia. Recibe un beso grande de quien te quiere y los adora siempre,

Millo


PD: La orden de envío de dinero se ha demorado este mes.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *