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Hogar Materno II

En el comedor del hogar me siento frente al mural de ostracones de los partos que comenzaron aquí. Cabeza coronada, cabeza fuera, un túnel. Mi vista se va directo al instrumental dibujado y desglosado en grafito con detalle: ventosas, fórceps, espátulas de Thierry, pinzas, bisturí, tijeras que cortan la piel en ángulo recto, cánulas, gasas, ganchos, una especie de hoz. En el punto en que intento ver más allá de los jeroglifos llegan a la mesa mujeres hechas y derechas, barrigas enormes, piernas y rostros hinchados. Todas cuentan por turnos sus partos primogénitos, el novel, sobre alfombra roja. Luego suceden las historias de más experimentadas, segundos partos. Una sola habla de su tercer parto y un estado de coma por preeclampsia.  Somos cuatro las primerizas. Una de ellas tiene 43 años y espera su segundo hijo, cuando llega todas abren a su alrededor, todas callan. Lleva un vestido bordado de su abuela, que luego fue de su madre.

Parirás con dolor me dice.

En el comedor dan calamares en salsa de tomate, arroz blanco, plátano maduro hervido con acelgas y pan almibarado.

Habrá mucha sangre dice en voz alta desde un extremo de la mesa grande.

La barriga es redonda y perfecta a la vista, tersa como un bombillo sobre el que se zurce una media rota, dos lunares antípodas que antes fueron cercanos se alejan cada vez más.

Tendrás varón.

Todas me acompañan hasta mi cama. Vamos chocando por el pasillo estrecho hasta llegar al último cuarto. Al norte limito con la cama 1, gemelos monocigóticos. Al sur la cama 2, diabetes gestacional; al este la cama 3, dos embarazos ectópicos anteriores. Un poco más al sureste la cama 4, madre añosa primeriza. Hacia una esquina de la habitación la cama 6, placenta previa. Me siento sobre mi cama, 5: cuello abierto, me entregan un ramo de brujitas recién lloviznadas.

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