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Preparo un viaje que no acaba de comenzar.

Lo planeo tan bien que no se dará.

El plan embellece tanto el viaje que me aleja irremediablemente de emprenderlo.

Entro con mucho respeto al plan del viaje.

Es miedo.

Un álamo es a la alameda, una estrella es a la constelación.

O no.

Un reloj es al tiempo, el tiempo es a la consternación.

Todos tenemos acceso al mundo espiritual, sin intermediarios.

Antes de Mateo Ramirez, chamán de Acapulco adentro, yo he escuchado a 78 personas, de verdad, cada día.

Los momentos que embellecen el plan del viaje los voy anotando en una libretica que guardo en una gaveta casi invisible en el escritorio de la oficina; junto al teléfono, una foto de mi abuela en 1946 en la ciudad que hoy vivo, un lápiz.

Espíritu de ayuda, plantas maestras, los hongos niños de María Sabina, fragancia de albaricoque.

La lili gigante blanca en la noche femenina que recibe polen.

La lili gigante rosa en la noche masculina que produce polen.

Los escarabajos prisioneros cargados de polen que intentan escapar a la mañana.

Una familia de piedra que se parece a la primera familia de una isla; cabellos negros y lacios, poca pilosidad corporal, piel bronceada, ojos oblicuos en grado moderado, mentón prominente.

El sufrimiento descansa sobre cuatro pilares: yo, posesión, odio, miedo.

Si no es nuestro, no es tuyo ni es mío, dice Mateo Ramírez, chamán de Acapulco adentro, sentado frente a mí, la mañana del 16 de diciembre de 2024, sin intermediarios.

Ontario, 5 de Enero de 2025

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