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Hogar Materno III

De todos los espacios del Hogar, prefiero el jardín de alante. No solamente porque puedo ver la calle y darme cuenta de que todo continúa, a veces en medio de un descuido de alguien, salgo y doy una vuelta a la manzana sin que nadie se percate. Los vecinos de la zona sí reconocen el uniforme del Hogar, un batón globo rosa con líneas blancas y grandes bolsillos laterales. Aprovecho y compro maní tostado y lo guardo para la noche. En el portal que da al jardín reposo sobre los sillones, fríos tejidos a crochet en calamina, amarrados codo con codo con limitado rango de balanceo individual. El jardín delantero se ve visiblemente afectado por el rojo – lejano, más que por cualquier otra zona del espectro luminoso. Por partes se aprecian floración y germinación lentas aunque de gran autoestima entre las rosas búlgaras. Otras especies de crecimiento acelerado y débil, prematuras y contradictorias, medicinales, Romerillo y Manzanilla. Una colonia de acahulaes que salen a la acera como pueden, autosuficientes, dan la espalda buscando parte de la zona azul presumiendo salud en tallos fuertes y hojas voluminosas. Hacia los contornos gamopétalas púrpuras sosegadas y austeras en vestido de un solo vuelo. Algunas desesperadas se proyectan en garabatos disparados hacia una mayor intensidad lumínica. En una esquina, un diminuto sotobosque clandestino muy verde gracias a las bondades hídricas de una fuga. La única consecuente que se ha esforzado en trazar su propio destino es una Pétrea que recorre anárquica toda la casona y florece violeta donde le da la gana. Un montón de macetas vacías reposan bocabajo sobre cierta área de césped, evidencia de la muerte de cactus y suculentas cuyos cuerpos reblandecidos de sombras y aguas excesivas estallan de repente un mediodía. Igual pasa con nosotras cuando de madrugada alguna rompe aguas y a la mañana siguiente el colchón se tira al sol sobre cierta área del césped. Las aguas dejan rastros sepias, deltas, ensenadas, unos registros sobre otros. No sabemos más hasta que en un par de días alguien llama y dice: 2500 gramos, 1200 gramos o 3400 gramos.

No se permite la hojarasca, cuando una hoja cae a merced del viento, el administrador la atraviesa con una vara que termina en punzón. No les está permitido un último deseo de regresar a la tierra y cumplir su misión forrajera. Un día me descalcé y comencé a regarlo todo, el jardín. Abrí la ll ave y levanté  la boca de la manguera dibujando un arco grande por el que entraran todos los fitocromos y criptocromos y todo el mundo en paz. Un susurro caliente en mi cuello cerró la llave:

  —Todo lo que digas será usado en tu contra.

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