Una sola mordedura, cálida y suave, a un lado de tu pecho, será un broche único para sujetar a tu cuerpo la clámide ceñida y maravillosa de mis dedos.
Puedes venir desnuda a mi fiesta de amor. Yo te vestiré de caricias.
La primera vez que tuve en mis manos “Hexaedro Rosa” estaba embarazada de mi primer hijo. Fue de la profesora Ana Cairo en la facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana de quien lo escuché en primer lugar. Ana ofreció solo tres conferencias para la carrera de Estudios Socioculturales; una carrera maldita desde sus orígenes, que los historiadores del arte y los sociólogos reconocían como un híbrido sin pies ni cabeza que nos dejaba -a quienes nos atrevimos a verla como una carrera- en un limbo académico. En ese contexto en desventaja, y además embarazada, trataba de no perderme nada. Transcribía poemas, prosas, ensayos y citas, fragmentos de todo lo que me interesaba, y preparaba mi colección de lecturas para lo que se avecinaba.
Cuando se hizo cada vez más difícil seguir yendo a la facultad por la salud de mi embarazo, volví a leer “Hexaedro Rosa” bajo un halo inmenso de tristeza, con el corazón roto y dolido del amor que ya sentía irrecuperable y de la pérdida, aunque fuera temporal, de la vida de estudiante. El poliedro de seis caras abría así de claro con una declaración de amor en exclamación: ¡Te amo!, y cerraba con un desperezamiento de panteras en las pupilas de él, la última imagen que ella vería, llena de goce, a través de la fina malla de sus pestañas.
El último sábado en que pude asistir a clases, me fui al aula vacía del último piso de la facultad, donde único podía volver a sentir ese amor. Hoy, después de mucho tiempo, me he atrevido a mirarla a esa muchacha sola posando sus ojos sobre el hexaedro rosa como sobre una memoria que sin saberlo en aquel entonces, sería esa de la concepción de su primer bebé, afortunadamente concebido en una gran fiesta de amor.
Tú dices que eres triste. Yo sé que comprendes mis tristezas. Pero a pesar de ti misma, tú eres alegre, alegre como la luz, como la flor, como el trino. Lo raro es que tu alegría es producida por mi amor. Proviene tu alegría del amor del hombre taciturno, obsedido por el Misterio y por el Arte, envenenado por la filosofía y por el Mundo.