Tres años embadurnados del lodo glutinoso que nace de los sedimentos térreos y el agua detenida. El fango es iniciático, expresa posibilidades, no asegura nada, abre, embarra, sella. El fango es la apogé, el antídoto al sufrimiento que infligen las creencias infundadas. No afirmamos, no negamos enfangados, preguntamos, en la zona filosófica reblandecida, abstintiva, insegura, zona de juego, dibujo, interpelación, donde tus tenicitos blancos se van a acabar, tus nalgas se van a marcar cuando te sientes entre el frijol sembrado, tus senos van a gotear al centro del planeta cuando abraces la tierra, tus codos, tus rodillas, tu cara perdurarán allí pero únicamente hasta que llueva otra vez. Allí, entregados al fango perfumado de la geosmina o allí también arrastrados en él con un fusil ciego de plomo; las plántulas arrancadas del parterre citadino se dejan trasplantar en la grieta del micro desierto ferrolítico antes del aguacero. Millones y millones de granos de tierra que forman el cuerpo de tierra, para después el cuerpo de fango, deconstruido en minerales y fósiles granulados brillantes que secan como meandros sobre nuestras pieles pigmentadas de bello ébano con matices marrones rojizos .
El rito de paso se desarrolló en núcleos rurales apartados camuflados bajo nombres de lugares que ya no existían más: RDA, URSS, Revolución de Octubre, bajo la domótica autoritaria en bio-psico-socio sincronización colectiva. Nunca sabré qué me salvó de ese destete violento. Mi padre decía que pudo haber sido Ronja, la hija del bandolero, unos años antes. Gracias Astrid Lindgren. Gracias madre, gracias padre.
En la noche la escuela es una enorme caja de luz que levita abriendo el monte. Desde dentro la opacidad espeluznante, altamar o cosmos. Desde el fango afuera la vida en ventanas sincronizadas. Dentro: muchacha besa a muchacho, muchacha tiende su ropa interior, muchacho camina alero mohoso, muchacha besa a muchacha, muchacha desenreda el pelo a muchacha, muchacho besa a muchacho, muchacho prepara su cama para dormir, muchacho con guitarra, muchachas saltan de litera en litera, muchachos se lanzan botas, muchachos se golpean, muchachas se golpean, cientos de puntos rojos encendidos de muchachos que fuman toda la noche.
La madrugada cierra al punto de verse la Vía Láctea sin esfuerzo. La tremebunda sensación del estómago pegado al espinazo duele y desconcentra. Pongo el foco en las estrellas y la punzada hambrienta regresa. Dormimos de a diez en la azotea varios pisos por encima como quienes flotamos en lago quieto en pleno verano con las manos dadas. Sobre monte, pueblo, cueva, río, piedra, mar oscuro, profundo, empedrado, sur, germinaciones acampanadas, tierra purpúrea, festival. Dos kilómetros zigzagueando monte y zanja, monte y zanja. El agua fría amamantada en la turbina dispersa los nutrientes que despiertan las biomoléculas en los frutos tropicales que viajarán muy lejos, a Canadá, a Nueva Zelanda o a Portugal. Tenemos hambre guayaba, hambre mango, hambre coco, hambre plátano, hambre naranja, ante el guayabal ordenado en escuadrones, bien pensado, estructurado, escondido. Arrancamos 10, arrancamos 20, arrancamos 40 para saciar hoy y mañana. Llenamos los bajos de los pullovers, somos seres montunos de muchas tetas. Reímos alto entre los tiros de escopeta. Un tipo, dos, tres tipos, miedo; corremos, corremos, salimos ilesas. Nos salvó el cañaveral.
Consuelo estuvo tres años alimentándonos de raíces. Yuca con mojo al desayuno y al final del día, sobremesa almidonada en bucle. Su casa no tiene puertas interiores, solo portales que se atraviesan bajo caricia de una cortina trás otra. Primer umbral: almácigos pieles rojas, cortina de gasa. Segundo umbral: pies cansados sobre cemento pulido, cortina de chapitas. Tercer umbral: dos fotografías, Consuelo y Domingo, cortina de encaje blanco. A la izquierda: Consuelo con 22 años, cadenita dorada con letra inicial C sobre cuello de cisne satinado. A la derecha: Domingo, sombrero de pana sobre rostro icosaedro. Cuarto umbral: fogón de leña y palangana metálica llena de frita de malanga y de boniato, finísimas casi transparentes, cortina de yute. Quinto umbral: traspatio con ciruelo encandilado de drupas pintonas y maduras, mariwo.
—Si se comen toda la yuca se llevan ciruelas -dice Consuelo en el último umbral.
Al platanal se entra por sombra, por amor, por la pócima licor de menta tibio, por plátanos. A la noche el platanal está todo encendido de verde espectral de cocuyo multiplicado entre las hojas espiraladas. Cuando hay una planta germinando, hay otra pariendo, los péndulos magenta se rajan del peso de su inflorescencia y proveen de gota en gota los néctares de una suave solución azucarada. Negocian por alelopatía las primaveras y los alumbramientos alternos, corales, sin límites de estación o temporada. Siempre plátanos, siempre péndulos, siempre flores. Los bueyes escondidos observan atónitos ciertos momentos permitidos bajo la jurisdicción del platanal. ¡Brazofuerte! ¡Perlafina! ¡Candelaria! ¡Azulejo! ¡Volador!
En el último y tercer junio más de cincuenta sustancias reaccionaron en ráfaga a la primera llovizna reciente. Las plantas se relajaron y transpiraron los aceites volátiles que protegieron sus semillas durante la seca. Piel con piel, sudaron para preservar. Danzar en círculos giratorios, emprender viajes florecidos en lilas campanas, cantar en el río hasta que alguien te escuche, si es un espíritu, amarle, y saber despedirse en hora, para volver a amar lo corpóreo y mental, masticar plátano verde y afilarse lo dientes, vagar, desnudarse, caminar a tientas y a oscuras sobre el liquen en los aleros mohosos, rugir, pedir un deseo: que los hijos se conviertan en dragones y las hijas en fénix, y ese mismo deseo invertido, escribirlo en la tierra y barrerlo con los pies, picarse de santanilla, picarse de alacrán, bañarse y descubrir embriones en las duchas. Jugar de mano a morir. ¿Podré salir al mundo? Solo sé que no sé nada.
Al profe de Marxismo-Leninismo lo recuerdo hombre contenido, en espejuelos gruesos, ojos muy rojos como recién llorado, dos libros en la mano, ideas purgantes, un crucifijo torcido al pecho y una trenza larga. Los días de su guardia en la escuela siempre me pedía el jabón prestado. En ese pequeño momento de inspeccionar los dormitorios, se acercaba y susurraba:
—¿Dudas de la clase de hoy?
—Ninguna.
—¿Ley de la Unidad y Lucha de Contrarios?
—Comprendida.
—¿Ley de Cambios Cuantitativos en Cualitativos?
—También.
—¿Ley de la Negación de la Negación?
Son solo 17 años. Solo sé que no sé nada.
A la mañana siguiente muy temprano al desayuno, el profe pasaba por mi mesa y me devolvía la astilla de jabón seca envuelta cuidadosamente en la hoja de una libreta. Adosada siempre me obsequiaba una pregunta.
¿Qué es la Mayéutica?
Así, buscando respuesta supe que Fainarate, la madre del filósofo, fue comadrona.