Sobre la cama de un camión con la guía de sus luces encendidas
que se cuelan entre las raíces de los robles rojos,
-rodando cauteloso encadenado sobre el hielo negro,
envuelto en lonas azules impermeables que advierten carga sobredimensionada-
mi corazón va.
Va lleno de recordables.
Los recordables son fustas que no están hechas para doler, solo para tocar en la forma de un latigazo invisible.
Los recordables tocan sin el vacío que generan las nubes de átomos entre ellas cuando se acercan.
Tocan de verdad.
Una blusa de seda de Bengala Occidental rosada encontrada en un almacén donde alguien le dio un valor de 12 pesos cubanos es un gran recordable.
Una escuela que tiene un bosque muy pequeño para ser un bosque.
Bosque y escuela no se tocan entre sí.
Solo se tocan a través del latigazo.
Las muñecas eslavas del Parque Lenin que miran en trataka desde sus vitrinas no dijeron que ese sería un gran recordable cuando a través del beso ella abrió los ojos y Motanka Bereginya sonreía.
Sobre la cama de un camión con la guía de sus luces encendidas
que se cuelan entre las raíces de los robles rojos,
-rodando cauteloso encadenado sobre el hielo negro,
envuelto en lonas azules impermeables que advierten carga sobredimensionada-
mi corazón va.
Mansedumbre de isleño.
Mi hermana dijo que la foto sepia que ella me tomara el primer amanecer del año 2025 podría ser un recordable para la abuela que acaso un día seré.