Cargando

Maternidad Obrera

Hace unos años comencé a escribir textos que quedaron incompletos y se acumularon en una carpeta digital bajo el nombre Maternidad Obrera, como el hospital donde nació mi primer hijo en el año 2002. Recientemente sentí la necesidad de aterrizarlos en el online y compartir reflexiones narradas en primera persona. Una amiga cubana desde la Patagonia me impulsó a materializar este anhelo bajo la forma de este blog. 

En 1966 el régimen castrista señaló el nombre del hospital como una trampa discursiva del régimen anterior y lo renombró como el ginecólogo cubano Eusebio Hernández Pérez. Quizás bajo la gracia de la madre con su hijo en brazos, obra en cerámica del escultor cubano Teodoro Ramos Blanco, nunca nadie dejó de llamar el hospital por su nombre original. En Playa y Marianao, Maternidad Obrera fue el lugar en el que tocó nacer y parir, y tristemente lugar de incontables casos de violencia obstétrica.

Estas escrituras embrionarias, fragmentos, cuerpos literarios híbridos, a menudo descabellados y descoloridos por el paso del tiempo, fueron concebidos bajo la pulsión de la vida y el miedo sobre una cama del hogar materno donde permanecí ingresada en reposo las últimas 16 semanas de mi embarazo. Ideas nacidas en la convivencia con madres maduras y expertas, cansadas, hastiadas, felices a ratos, enfrentadas a los mismo lugares comunes: los micro y macromachismos en sus formas más obvias o encubiertas, la violencia obstétrica solapada detrás de la gratuidad, los úteros colapsados bajo presión y apatía hacia nuestro dolor, la precariedad, los desgarramientos psíquicos, la ausencia de compasión y humanidad, la vigilancia constante sobre el hacer de las madres, la ausencia total de conciliación, la inexistencia de un enfoque de género en los cuidados, la sombra del viejo paradigma de la patria potestad en contraste con la verdadera responsabilidad parental, los patrones de discriminaciones en todas sus superficies, las desigualdades, la culpa, la censura y autocensura que nos frena a vivir la maternidad como nos plazca bajo la idealización del rol único de «madre», la soledad en los procesos de crianza y la herencia cultural de la supermadre cubana dispuesta a atravesar un océano de sacrificios que se dan por sentado y nunca son suficientes. Como madre primeriza y joven o estaba bebiendo de estas experiencias compartidas. Comencé a abrir los ojos sobre lo que acontecía en los espacios que recién comenzaba a habitar en primera persona: hospitales, consultorios médicos, hogares maternos, y más adelante círculos infantiles, parques, escuelas, todos ellos ruedos donde las madres cubanas nos enfrentamos a las más agresivas fieras.

Con los años, leí mucho, me busqué en la lectura e intenté mediocremente teorizar la maternidad ante una realidad apabullante. Me identifiqué con escritores de aquí y de allá en sus entrevistas, charlas TEDx, directas en Instagram y talleres. Navegué y me perdí en la inmensidad del cosmos literario donde voces femeninas narraban sus propias femineidades y maternidades, su hartura cotidiana, sus cansancios, sus pérdidas, sus duelos. Traté de injertar historias, contar desde otras perspectivas en mi contexto sin resultado. En otros contextos estas ideas expresadas en la literatura y en las calles cobraban fuerza y se concretaban en leyes, insuficientes aún, pero en camino. En ellas sí encontré sanación y reparación para la madre que he querido ser, un remanso donde dejar caer la capa de la supermadre cubana y el aliento para escribir. La potencia de sus palabras, sus mapas afectivos, sus tejidos y sus gramáticas me dieron valor para gritar en ambos mundos: la maternidad y la literatura. La vida dentro de un régimen totalitario cincela nuestras maternidades a cuatro manos. La madre cubana es la diana dispuesta sobre la que arrojar los dardos envenenados de sueños rotos y dolores, el sarcófago seguro donde descansan putrefactos los cadáveres de frustraciones y desengaños de generaciones presentes y futuras, el repositorio de traumas y culpas que mueren en el cuerpo de la mujer o la matan cada día.

La maternidad ha sido y es en mi incursión literaria tan solo un pretexto para hablar de cualquier otra cosa, para hablar de todo, para fusionar los dos universos que más amo: maternidad y literatura, en la búsqueda de una voz más que en la persecución de un sueño, desde aquí, donde organizo mis escrituras.

¡Un abrazo grande y gracias a ti que me lees!